portada

portada
hecha la palabra....El abismo tenebroso del hombre se hace real, la existencia de un mundo nuestro, la no condena de un mundo animal. KWA

jueves, 16 de octubre de 2008

Indiferencia selectiva

Por Alejandra Azuero Q

La semana pasada la desaparición de Luis Santiago Lozano, un niño de tan sólo once meses, sacudió a los colombianos. La imagen del pequeño invadió las pantallas de televisión a lo largo y ancho del país. Marchas, manifestaciones y un sin fin de expresiones de solidaridad se hicieron sentir para reclamar el regreso del niño a los brazos de su madre. Sin embargo, el anhelado reencuentro no se produjo, Luis Santiago fue encontrado sin vida en un paraje rural cercano al municipio de Chía pocos días después.

Durante la misma semana, mientras los colombianos manifestaban su repudio frente a este horrendo crimen, aumentaban exponencialmente las denuncias por la desaparición de hombres jóvenes que han sido reportados por el ejército como muertos en combate. Sin embargo, en este caso no hubo manifestaciones, marchas, ni mucho menos cámaras de televisión que se desplazaran a los distintos departamentos desde donde comenzaron a llegar denuncias por desapariciones en condiciones similares. Y a pesar de que las cifras cambian dependiendo si la fuente es la ONU, el gobierno o el Movimiento Nacional de Víctimas, estamos hablando – al menos – de medio centenar de jóvenes desaparecidos en lo que va corrido del año.

Qué manipulable y selectiva es la indiferencia de los colombianos. Capaces de exigir cadena perpetua para al asesino de Luis Santiago, y al mismo tiempo, capaces de permanecer ajenos al calvario de medio centenar de madres que buscan, todas ellas al igual que la madre de Luis Santiago, que sus hijos vuelvan a casa. Indiferencia selectiva que no tiene justificación, pues la calamidad que vivió la familia de Chía no es distinta a la que viven hoy cientos de familias – también colombianas – en Risaralda, Santander, Sucre, Bolívar y Caldas, en donde esperan el regreso de los jóvenes desaparecidos. Si la vida de cualquier colombiano tiene igual valor, entonces la desaparición y muerte del hijo de cualquier madre también debería tenerlo.

Por lo tanto, no se trata de descalificar la deferencia que demostraron los colombianos frente al caso de Luis Santiago, argumentando, como lo han hecho muchos, que “en este país esto pasa todos los días”. Y menos aún de criticarla, señalando, como lo hace otro tanto, que “hay gente que ha vivido cosas peores”. No, rotundamente no. Es precisamente cuando perdemos la capacidad de identificarnos con el dolor de otros, que comenzamos a soportar lo insoportable, y por esa misma vía, a defender lo indefendible.

No obstante, sí es posible cuestionar la solidaridad de bolsillo que le vendieron, una vez más, los medios de comunicación a un pueblo que de ver tantas atrocidades no solamente ha perdido la capacidad de asombro, – como dijo alguna vez García Márquez – sino también el sentido ético que nos permite reconocer por nosotros mismos cuando se ha cometido una injusticia. Por eso, ahora resulta que necesitamos de RCN y Caracol para que nos digan quienes son las víctimas del conflicto en Colombia, y le corresponde a Shakira y a Juanes decirnos cuándo y cómo debemos condolernos frente al secuestro de miles de compatriotas. Sólo basta recordar las marchas del 4 de febrero y del 20 de julio: en Colombia la agenda de la indiferencia es definida por otros, no por nosotros. Y eso mismo fue lo que pasó una vez más esta semana.

Por su parte, el gobierno le juega a la estrategia de los medios tan abiertamente que parece una cortina de humo al mejor estilo de Hollywood. Mientras el presidente Uribe fue a saludar personalmente a la madre de Juan Santiago, el Palacio de Nariño ha informado que el Presidente no se pronunciará sobre las desapariciones de los jóvenes, hasta tanto las investigaciones que conduce la Fiscalía no arrojen resultados.

Mientras los medios de comunicación, particularmente los canales de televisión, se encargaron de sacar todo el provecho posible al drama que vivía la familia Lozano, y nadie hizo nada para detenerlo; el vicepresidente Santos pidió prudencia a los medios de comunicación y a los funcionarios públicos, frente a las denuncias por desaparición forzada y ejecuciones extrajudiciales que rodean los casos de los jóvenes desaparecidos.

Infortunadamente, esta situación alimenta y exacerba la indiferencia darwinista y selectiva de los colombianos. Indiferencia que cede ante el rostro inocente de enormes ojos de un bebé indefenso, pero que no recula frente a las voces de auxilio que lanzan cientos de madres que reclaman justicia – al igual que Ivonne Lozano – por la muerte de aquellos hijos amados que tampoco volverán.

Que no quepa la menor duda, la tortura y posterior asesinato de un niño es un indicio claro e inequívoco de degradación social. Es una bofetada que nos recuerda que la vida de los inocentes tampoco vale nada. Aún así, los colombianos debemos recuperar la capacidad de condolernos, es decir, de dolernos con el otro, sin necesidad de que los demás decidan cuándo y cómo el dolor ajeno también es el nuestro. En este país desde hace muchos años – tal vez demasiados – hombres y mujeres de todas las edades han desaparecido sin dejar rastro. Sin embargo, su ausencia ha marcado la vida de generaciones enteras enseñándonos que la vida de todos no vale por igual. La falta de responsabilidad social y política de los medios masivos de comunicación, sumada a las estrategias del Estado por minimizar las violaciones de derechos humanos cometidas por las fuerzas militares, son aquellas que en este caso definen cómo y cuándo la indiferencia se acaba.

Así como lo transmitía con fuerza inequívoca la magnifica exposición Los Desaparecidos que hasta hace un par de semanas se exhibía en el MAMBO. Cuando somos, por nosotros mismos, capaces de entrever en el sufrimiento ajeno nuestra propia vida, cuando somos capaces de identificarnos con su pena, ese día, se quiebra de manera irreversible algo en nosotros. Sin lugar a dudas, vivir expuesto al dolor ajeno es más incómodo que ser impermeables, sin embargo, es esta vulnerabilidad la única estrategia que tenemos para no perder – también irreversiblemente – el sentido de justicia.

A Ivonne Lozano quien, aturdida y saturada por el amarillismo de los medios, pidió que por fin la dejaran llorar la muerte de su hijo en paz. A todas las madres que buscan incansablemente a sus hijos, para que no pierdan la fe en su búsqueda.

No hay comentarios: