Llama la atención que, en un estudio de 165 países, la prestigiosa revista The Economist considere democracias plenas sólo a 28, que 54 aparezcan como defectuosas, 30 sean apenas híbridos con visos democráticos y que 55 se califiquen definitivamente de regímenes autoritarios.
Entre los primeros dos rubros sumados, es decir, entre los primeros 82 países, Colombia ocupa un ominoso puesto 67, de manera que la colombiana no sólo es calificada como una democracia defectuosa, sino que merodea los linderos de una sistema apenas con visos democráticos. En el estudio, pues, lo primero que queda claro es que el país, que se cree baluarte democrático universal, recibe calificaciones muy inferiores a la acomodaticia percepción interna.
No se puede, en efecto, hablar de democracia plena, ni siquiera parcial, en un país en donde los electores son amenazados por grupos armados, los candidatos secuestrados o desaparecidos, el narcotráfico toma decisiones políticas a su antojo, la violencia ejerce un influjo siniestro y la compra de votos y el fraude son males consuetudinarios. No es democrático un Congreso que cuenta en su seno con elementos elegidos por la presión de los fusiles, del dinero mal habido, de la contratación amañada y cuantos vicios sacuden el sistema electoral. Tampoco es democrático que un candidato a la gobernación o sus agentes compren el apoyo de un partido antagónico.
Está muy lejos del sistema democrático que se anulen los votos al capricho de ciertos caciques en el organismo electoral, que se manipule a los jurados, que se ganen las elecciones en el interior de la Registraduría. Y tampoco opera la democracia en un país donde el primer mandatario pide a los legisladores votar sus proyectos antes de que vayan a la cárcel.
Es fundamental para el estudio de The Economist el imperio de las libertades civiles, el funcionamiento institucional del gobierno y su capacidad ejecutiva o de gestión global. Se precisa una cultura política, un mínimo de capacidad reflexiva del electorado y la imparcialidad de los medios que transmiten el debate político a la población. La atonía popular es uno de los mortales enemigos de la democracia. La democracia sin pueblo, pero pletórica de populismo, no es más que una apariencia, en la que subsisten instituciones sin eficacia y representación real.
Es de anotar que países con antiguos y respetables sistemas democráticos como los Estados Unidos e Inglaterra, que clasifican como sistemas plenos, figuran por debajo de otros. Se trata de las naciones del norte de Europa, las famosas democracias escandinavas, en donde ella no es tan solo una palabra que se pronuncia en tiempos de elecciones. Allí es una realidad que se traduce en elevados conceptos y certezas de calidad de vida.
En dicho estudio la baja calificación de Colombia, de acuerdo con los parámetros señalados de 1 a 10, es concluyente por su debilidad extrema en tres aspectos: el funcionamiento del gobierno -lo que aquí llaman gobernabilidad- se califica con 4,36; la cultura política, con 4,38; y el grado de participación, con 5,00. Esto significa que Colombia se raja como democracia.
Se comienza, así, a sentir la desinstitucionalización que, gota a gota, ha venido horadando al país en el último lustro, cuando ya no puede hablarse de un sistema democrático pleno, fruto de las repartijas del presupuesto en el Congreso, el gobierno al detal de los consejos comunales, y la idea que se tiene de que el Presidente debe ser un soldado y que la oposición no es más que guerrilleros vestidos de civil.
No hay una verdadera democracia en un país en donde se cambian las reglas en la mitad de los mandatos presidenciales para perpetuarse en el poder, donde el Ejecutivo se enfrenta a la Corte Suprema de Justicia que investiga la bancada gubernamental, y donde se idean normas intempestivas para salvar a los parlamentarios en prisión y evadir la ley. Por eso, Colombia es rajada en democracia. Una noticia lamentable en medio de la "africanización" nacional.
Fuente: Editorial, El Nuevo Siglo,
Bogotá, 25 sep. 07
Bogotá, 25 sep. 07
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